Quién ha cuidado niños sabe de lo que voy a hablar ahora. Se trata de esa escena de terror, los niños comen dulces, y de pronto se transforman en una manada de dementes corta gargantas que destruyen todo a su paso en un inmisericorde frenesí de gritos y alaridos. No hay nada más que esperar a que el azúcar de esos endemoniados dulces se desvanezca, para que acto seguido, los pequeños caigan dormidos.
El efecto parece crecer si los niños están en grupo, como en una fiesta de cumpleaños, y el desenlace siempre es que los niños tienen un bajón de azúcar y caen rendidos. Pero el azúcar no es el culpable, el asunto es mucho más profundo de lo que parece.
El azúcar, ya sea de un dulce malsano o de una fruta nutritiva, sirve puramente como combustible para el cuerpo, y no puede causar acelerones en el comportamiento de las personas, es esta falacia la que le ha vendido millones a la industria de bebidas azucaradas.
El azúcar es básicamente carbohidratos puros, el hígado los procesa y los vuelve grasas. Si se consumen en gran cantidad, los azúcares son transformados en lipidos por el hígado, que trata de sacar la tarea lo más rápido posible, lo que causa una sensación de sopor, es decir, da sueño. Así que el azúcar no es el culpable de que los niños pierdan los estribos, pero entonces ¿Qué lo causa?
En realidad no es el dulce, sino las circunstancias en las que se consume el dulce, lo que enloquece a los niños. Generalmente la golosina es consumida como un premio, o fue obtenida tras mucho ruego. Sea como sea, el dulce representa una victoria, entonces el cerebro del niño se inunda de dopamina, la hormona del placer, también aparece cuando ganamos apostando o tenemos sexo.
Esta hormona hace que los niños pierdan la cabeza, exacerbera la producción de adrenalina y eso conduce al bien conocido frenesí, que culmina cuando el cerebro aprieta los frenos de emergencia, liberando una buena cantidad de serotonina, que calma los ánimos, al desaparecer la adrenalina, las calorías quemadas durante el episodio le pasan la factura al infante, que se va a dormir como un tronco.
Así que los dulces en sí no enloquecen a los niños, pero eso no significa que se los des como si no fuera a haber mañana. Todo con medida. ¿Podemos usar esta comprensión del cerebro para una mejor educación infantil? Comenta y comparte.
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El efecto parece crecer si los niños están en grupo, como en una fiesta de cumpleaños, y el desenlace siempre es que los niños tienen un bajón de azúcar y caen rendidos. Pero el azúcar no es el culpable, el asunto es mucho más profundo de lo que parece.
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| Todos sabemos lo que pasa cuando los niños comen dulces ¿verdad? |
Solo combustible
El azúcar, ya sea de un dulce malsano o de una fruta nutritiva, sirve puramente como combustible para el cuerpo, y no puede causar acelerones en el comportamiento de las personas, es esta falacia la que le ha vendido millones a la industria de bebidas azucaradas.
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| Si el azúcar no los vuelve locos, entonces ¿qué les pasa? |
El azúcar es básicamente carbohidratos puros, el hígado los procesa y los vuelve grasas. Si se consumen en gran cantidad, los azúcares son transformados en lipidos por el hígado, que trata de sacar la tarea lo más rápido posible, lo que causa una sensación de sopor, es decir, da sueño. Así que el azúcar no es el culpable de que los niños pierdan los estribos, pero entonces ¿Qué lo causa?
El jugo de la locura
En realidad no es el dulce, sino las circunstancias en las que se consume el dulce, lo que enloquece a los niños. Generalmente la golosina es consumida como un premio, o fue obtenida tras mucho ruego. Sea como sea, el dulce representa una victoria, entonces el cerebro del niño se inunda de dopamina, la hormona del placer, también aparece cuando ganamos apostando o tenemos sexo.
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| La culpable de todo es la dopamina |
Esta hormona hace que los niños pierdan la cabeza, exacerbera la producción de adrenalina y eso conduce al bien conocido frenesí, que culmina cuando el cerebro aprieta los frenos de emergencia, liberando una buena cantidad de serotonina, que calma los ánimos, al desaparecer la adrenalina, las calorías quemadas durante el episodio le pasan la factura al infante, que se va a dormir como un tronco.
Así que los dulces en sí no enloquecen a los niños, pero eso no significa que se los des como si no fuera a haber mañana. Todo con medida. ¿Podemos usar esta comprensión del cerebro para una mejor educación infantil? Comenta y comparte.
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COPYRIGHT © Erik LeFantome
Foto Por Cortesía: taringa.net
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